top of page

October 23, 2016

CRUELDAD

-¿Cuándo vienen mis papás? ¡Quiero ver a mis papás! –chillaba ese enano, dando fuertes pisotones en la alfombra azul.
 

-Ellos vendrán muy tarde en la noche. Hoy regresan de su viaje de negocios –respondí tranquilamente, creyendo que con mi actitud podría calmarlo.
 

-¡No, quiero verlos ahora! ¡Quiero verlos ahora!
 

Hice una mueca con los dientes y me llevé las manos a la cabeza en son de desesperación. Estaba harto de ese niño. Ya no me lo aguantaba más. Sentía ganas de que se callara… ahora y siempre. El mocoso lloriqueaba y gritaba el nombre de mis padres. En medio del estrés pensaba en una manera para que se callara. Finalmente se me ocurrió una idea. Me agaché frente a él. Con una fingida mirada de afecto, le sequé las lágrimas con su mantita. Al ver mi tierna mirada, el pequeño se tranquilizó un poco.
 

-¿Sabes por qué se demoran tanto, chiquitín? ¿Recuerdas ese juguete que viste en la tienda? Por eso no han regresado aún, porque apenas lo están comprando.
 

-¿De verdad? ¿Mis papis me comprarán mi figura de gato robot? –balbuceó el pequeño.
 

-Así es. Ellos me llamaron y dijeron que te lo iban a comprar como regalo de cumpleaños. Quería que fuera una sorpresa, pero no contuve mis ganas de decírtelo, Camilito.
 

Esa mentira fue suficiente para que el enano cesara sus pataletas. Le sacudí el pelo como muestra de mi cariño (también fingido). Y el enano esbozó una sonrisa. Se cubrió la cara con su mantita de color blanco, y de una cara parcialmente alegre pasó a una completa.
 

-¡Mis papis ya vienen, y me van a traer mi juguete! –gritaba el enano, saltando y corriendo muy animado como lo haría alguien de su edad.
 

Se fue a su cuarto, seguramente a ver caricaturas por la televisión, dejándome, por fin, solo en la sala de estar. Me tumbé en el sillón frente a la chimenea y suspiré a manera de alivio. Ese niño me tenía hasta la coronilla. Admitía que su mirada inocente y simplemente feliz me había conmovido, pero… ya había tomado mi decisión. Nada de lo que ese niño hiciese o dijese iba a cambiar algo. Hoy sería la noche.
 

Una vez que el enano ya estaba dormido, me quedé en el piso de abajo, reflexionando. ¿De veras él impedía que yo tuviera las cosas que quería para mi vida? ¿Era cierto que, a causa de su presencia, mis amigos se burlaban de mí? ¿Por él Ana no quería ser mi novia? ¿Por él, mis compañeros de trabajo y mi jefe me creían un incapaz? ¿Por él, todos los que me conocían veían cobardía en mí? Estaba frente a la ventana, pensando en estas preguntas.
 

Tenía el entrecejo fruncido y las manos empuñadas. Mi reflejo parecía el de una persona violenta y llena de odio… y así me sentía: lleno de odio, hacia aquel enano; esa pequeña calamidad. Tras hacer una buena memoria, y confirmar que todos ellos si me veían como a un débil, como a un perdedor, por el hecho de cargar con ese niño, resolví que sí lo haría. Lo iba a matar. Sin perder ni un sólo momento, bajé al lúgubre sótano para tomar el hacha con la que mi padre cortaba los troncos. Las pocas manchas de sangre que habían quedado estaban secas. La cogí. Y subí con tal sigilo que parecía la mismísima parca.
 

Abrí lentamente la puerta de su habitación. Entré con el mismo sigilo sombrío, procurando no pisar uno de sus ruidosos juguetes. El enano seguía durmiendo como un bello angelito, con una sonrisa en su boca. Seguramente que soñaba con los cálidos abrazos de mi madre y con las sabias palabras de mi padre. Aunque lo cierto era que él no sabía que yo también los había matado el día de ayer. Había aprendido a mentir de la mejor manera. Nuevamente, ese sentimiento de dulzura y piedad trataban de entrar en mi corazón medio endurecido. Él me hizo recordar brevemente los periodos más pacíficos, inocentes y bondadosos de mi vida. Había llegado hasta a titubear. Pero una voz dentro de mí, una muy demoniaca dijo: ¡Hazlo, ahora! Y me decidí. Las campanas de la iglesia sonaron a lo lejos, habían dado las doce de la medianoche. Yo había cumplido dieciocho años. Y el niño… había cumplido ocho justo cuando había cercenado su cuello. Oía como su sangre se derramaba lentamente, manchando la almohada y las sábanas, todas blancas, de un rojo oscuro. No me atreví a ver la cabeza del enano, que había rodado fuera de la cama. Y cuando volví en mí, me di cuenta que mi cuerpo se había vuelto musculoso. Me había salido mucho pelo en varias partes del cuerpo. Estaba más alto que antes. Pronuncié algo y mi voz se había engrosado mucho más. Mi corazón se había endurecido por completo, ningún sentimiento de compasión, comprensión o ternura rondaba por ahí… Finalmente, lo había conseguido… Me había desecho del niño… Me había vuelto un hombre…
 

Escrito por: Daniel Hurtado

Please reload

September 30, 2016

¿QUIÉN DE LOS DOS ES EL VERDADERO ESPÍRITU LIBRE?

En un domingo pacífico y soleado, un profesor de universidad caminaba por una extensa campiña. Dicho hombre bigotudo de unos treinta y seis años, se detuvo bajo la sombra de un árbol y se acostó en la hierba para descansar. –“De pronto me echo una siesta” –pensó aquel hombre. Veía el lento pasar de las nubes de una manera tan relajada. Hasta que escuchó el revoloteo de cierta ave cerca de él. Se levantó y se dio cuenta de que era un águila harpía. El profesor contempló a aquella fantástica ave con gran asombro. Y ésta le recitó lo siguiente:
 

-¡Oh, como los admiro a ustedes, humanos! El ingenio que ustedes emplean para resolver todos sus problemas me dejan profundamente impresionado; no, más bien me dejan perplejo. Pueden vivir completamente organizados y juntos, ayudándose los unos a los otros. No como nosotros, que muchas veces nos valemos sólo por nosotros mismos. Todos los animales del mundo temen ante su presencia y los respetan como a una especie de divinidad. Hasta son capaces de domar a unos extraños monstruos y así pueden correr más rápido que un caballo, nadar más firme y más profundo que una ballena y hasta volar como alguien de nuestra especie. Son capaces de construir magnificas viviendas. Crean ilustraciones preciosas. Cantan mejor que muchas otras aves. Me envidia mucho esa supremacía que ustedes ejercen sobre todo el planeta. Desearía ser un ser humano para poder acceder a mucha más sabiduría, habilidad y poderío. Ustedes son seres superiores que pueden controlar todo a su antojo. Son espíritus libres.
 

El profesor lo miró por unos segundos, y después se echó a reír. Cuando se le había quitado la gracia, contestó al águila:
 

-¡Yo admiro más a ti y a tu especie, que a mí y al resto de los míos! Ustedes pueden comer y beber aquello que la naturaleza les ha dado, mientras que nosotros damos papel y metal a cambio de esa comida y bebida. Ustedes pueden desplazarse a cualquier lado, cuando quieran, sin que nada o nadie los detenga. A nosotros, o nos detienen esos papeles y metales, o nos detiene alguna persona que nos acusa de invadir su supuesta tierra. Ustedes se preocupan porque su existencia esté bien condicionada. Pero nosotros, nos matamos haciendo actividades que son banas e inútiles, robándonos tiempo valioso de nuestra vida. Su propio cuerpo les da la capacidad de defenderse frente a cualquier amenaza. Nosotros temblamos las rodillas cuando vemos animales tan insignificantes como una rata o una cucaracha. Ustedes viven para satisfacerse a sí mismas. Nosotros estamos bajo las órdenes de enanos cascarrabias y tontos, porque así es como podemos vivir, aunque éstos nos maltraten. Nosotros vivimos para ganar la aprobación de semejantes ingratos y que incluso nos desmeritan, ignoran o hasta humillan de las peores maneras. Nosotros vivimos absortos en un mundo exageradamente colectivizado que nos quita nuestra capacidad de elección propia. Nosotros nos odiamos, golpeamos y hasta nos matamos por trivialidades. Nosotros nos enviciamos en alguna actividad, a tal punto de acabar con nuestra vida afectuosa o nuestra vida misma. Tienes razón de que los seres humanos son seres que hacen temblar a muchos animales, pero sólo nosotros los humanos tenemos miedo el uno del otro. Sólo a los humanos nos genera envidia algo tan mortal y finito como otro ser humano. Jamás he visto a un águila sentir envidia por otro que es como él. De poderosos y superiores no tenemos nada, ni una sola pizca… Y siendo todo lo que he dicho, entonces dime: ¿quién de los dos es el verdadero espíritu libre?

Escrito por: Daniel Hurtado

Please reload

September 18, 2016

EL LAGO ENCANTADO

Sumamente cansado y desorientado: ambas cosas definían el tosco semblante de Zárka, uno de los hombres más grandes y fuertes de Esmeralda, una aldea rodeada por una vasta y preciosa región boscosa, donde las hojas de los arboles conservan su lúcido verdor durante todo el año.

Aquel mancebo de cabello despelucado, ojos marrones y cuerpo formidable se hallaba tratando de retornar a su aldea. Se había perdido tras haber dado frenética persecución y brutal muerte a un gigantesco oso pardo. La cacería era uno de esos oficios que daban relajo a su ajetreada mente; además de ver tal práctica como una forma de fortalecimiento corporal, al fin y al cabo, él debía actuar como un hombre.

La noche no prometió luna, su última vela se había apagado y las heridas en su cuerpo habían mermado la mayor parte de su fuerza. Nada podía ser peor para Zárka, quien se insultaba así mismo cada cinco minutos por no haber llevado consigo velas adicionales. De repente y de milagro, una luz verde se cruzó en su camino. Era una luciérnaga. Prontamente, muchas de ellas comenzaron a aparecer, llegando a iluminar de una mejor manera el camino que apenas se distinguía. Zárka sonrió. Y sacó el farol donde tenía su consumida vela para meter a unos cuantos de esos luminosos insectos. Pero, como si algo las hubiera espantado, las luciérnagas se fueron del lugar, volando rápidamente y haciendo un ruido potente. No dispuesto a dejar pasar su salida de ese oscuro laberinto. Zárka agarró con más fuerza la piel de oso, y persiguió a la bandada de luciérnagas.

La intensa luz de las luciérnagas delataba el camino que tomaban. Después de mucho correr y saliendo de un frondoso matorral, Zárka vio algo que lo maravilló, y que nunca había visto. Contempló un gran lago, pero que relucía un azul tan brillante que parecía más bien un lago de diamantes. Miró al cielo y vio la luna que se había perdido. Era como si la luna estuviera exclusivamente para aquel sitio, disparando su esperanzador rayo de luz sobre el lago.

Las luciérnagas que tanto había perseguido, junto a otras que habían aparecido de todas partes, como quienes asisten a una convocatoria urgente, se juntaron una al lado de la otra, formando un gran circulo luminoso. El lago brillaba todavía más, y por ende, era más precioso y cautivador. Un natural espectáculo de luces.

Zárka no era la clase de persona que acostumbraba a ver la belleza en la naturaleza, ni a sentirla de la manera más fuerte en que se pudiera. Pero ese lago, era la cosa más bella que había visto; eso después de su madre. Tal era su preciosidad que se había olvidado de las luciérnagas; lo mismo que de la piel de oso.

Soltándola de una manera distraída, lentamente se acercó al lago. Las luciérnagas le hicieron un espacio, y Zárka pudo ver su reflejo. Animado, se quitó sus rasgadas ropas. Y caminó dentro del lago hasta que quedó suspendido en él. Dichoso, comenzó a nadar. Inmediatamente, sintió la frescura revitalizante de esa agua cristalina, tocando y refrescando cada parte de su cuerpo. A pesar de no haber sido consciente de ello, su estado de ánimo había cambiado, su desesperación se volvió tranquilidad; y se olvidó  de todas sus ansiedades y ajetreos. Enteramente relajado, quedó flotando boca arriba mirando el estrellado cielo y a la magnífica luna. El dolor de sus heridas también se había desvanecido; de hecho, sus heridas estaban sanadas y su piel estaba perfecta… pero él no se dio cuenta de ello.

De repente escuchó un armonioso silbido provenir de lejos, que se hacía más y más audible. Vio entonces a una persona que se acercaba a él, así que rápidamente decidió cambiar de postura. Se trataba de un joven que, a juzgar por su aspecto, tenía la misma edad que él. Era de una piel blanquísima, ojos azules y un cuerpo muy delgado. Al darse cuenta de la presencia de Zárka, el otro joven se dirigió a él con una amigable sonrisa.

-¡Saludos, amigo! –dijo el joven, con un tono calmado.

Zárka lo miró un tanto extrañado, hasta que dijo: “Hola”, pero de una manera como la de su expresión.

-¿Vienes por un rato de armonía y de paz? –preguntó el joven.

-La verdad es que perdí mi camino a casa, y termine parando aquí, en este lago… precioso –contestó Zárka.

-Me llamo Neró… un placer –dijo, extiendo su blancuzca mano.

Al momento en que Zárka estrechó su mano, la expresión de Neró se alteró a una alarmada. Lentamente la cambió a aquella risueña con la que se había presentado. A Zárka le pareció raro ese cambio, pero no le prestó mucha atención.

-Con que te perdiste, ¿no? ¿De dónde vienes?

-De Esmeralda.

-¿Esmeralda?... ¡Ah, yo sé por dónde queda! –exclamó Neró, muy alegre-. ¿Si ves donde te señalo? Hallarás un árbol musgoso, anda hacia la derecha y sube una pequeña colina. En la cima verás el panorama de tu aldea. Regresarás sin problemas; las fieras no rondan estos rincones, sólo insectos.

-¿Cómo lo sabes?

-Yo me la paso en este lago y sus alrededores.

De repente, Neró cambió su expresión a una que mostraba desagrado.

-¿Sucede algo?   

-Huele horrendo…

-Bueno… tal vez sea por el ejercicio que hice; no lo sé.

-No… huele mucho peor que eso… De veras que sí apesta…

Al ver que Neró había causado un sentimiento de incomodidad en su compañero, retomó su amabilidad y dijo rápidamente.

-Y bueno, ¿qué te trajo al bosque?

-Quise ir de cacería. Y, pues, termine encontrándome con una bestia: un enorme oso pardo. Como en mi casa faltaban unas cuantas pieles, fui en su persecución; y créeme que me adentró a una parte del bosque que nunca había visto… ¡Pero lo alcancé! ¡Y le di duro con la lanza en toda la frente! Debiste haberlo visto. Obtuve una excelente piel que tengo allá –dijo Zárka, contento por su hazaña y señalando la piel que había dejado tirada-. ¿Te la muestro? –añadió.

-No… gracias… -dijo Neró, muy amablemente, aunque de una manera disimuladamente forzada.

Después de una media hora, Zárka se despidió de Neró, quien quiso seguir nadando en el sublime lago. Había ido hacia el frente, donde Neró había señalado, encontrando el árbol musgoso, y a su vez, la colina y la vista de su aldea. El joven había estado tan asombrado de ese lago, decidiendo que, a la noche siguiente, iría con sus amigos.

Y así fue. Armados, Zárka y su grupo de amigos fueron a aquel lago… pero pronto vieron que el lago estaba completamente seco. No había nada más que un foso oscuro de tierra. Pronto, Zárka divisó algo que parecía ser una lápida con algo escrito. La leyenda decía:

“Se me había asignado como guardián de este lago, que más que ser un lago bello, era un santuario consagrado al amor y a la paz. Pero un joven de mal corazón, el primero en visitarlo, lo contaminó con su odio. Para preservar mi lago lejos de dicha energía, he decidido llevarme el santuario; a algún lugar que no pueda estar en contacto con la violencia de ciertos humanos. Los animales, a excepción de los insectos, también estarán vetados, puesto que están contaminados de la corrosiva esencia ya mencionada, legada por gran número de humanos… Nunca debí haberles dado oportunidad alguna…

Neró.”

 

FIN

 

 

Daniel Hurtado, 2016

Please reload

bottom of page